martes, 26 de mayo de 2009

Cuento del rey caído. Parte I.

Había una vez...

... en un reino muy lejano, allá por La Tierra de las Palmeras, un rey muy temible. Tan temible, que sus súbditos, en su huída de los ataques de ira del rey, trataban de contentarlo de la mejor manera posible. Y, así, eran muy sumisos.

Por ejemplo, cada vez que el rey salía con su caballo por los campos, por el mercado, o por la plaza, los súbditos incaban la rodilla en el suelo y miraban fijamente a éste, no fuera que una mirada malinterpretada o un gesto inconsciente, les delatara y desatara la ira de su rey.

Pues así era aquel rey...

Un día, uno de los aldeanos, que a causa de una plaga había tenido muy mala cosecha aquel año, se disponía a pagar el impuesto al rey. Pero temblaba de miedo por dentro, pues sabía que no tenía suficiente grano en sus sacos para saldar la deuda.

Así pues, decidió hacer un cambio, le daría el único cerdo que le quedaba al rey, aunque se quedaran sin la poca carne que le quedaba a su familia.

Llegó el día y le ofreció al rey su grano.... "Aquí no hay suficiente!! Sabes perfectamente que tienes que entregarme tres sacos, ¡y aquí sólo hay uno y medio! ¡maldito inútil!".

"Lo sé mi Excelencia... pero este año he sufrido una plaga que ha diezmado mis cosechas, y esto es todo lo que he podido conseguir... por ello os traigo mi último cerdo, como recompensa".

Sin embargo, el Rey no podía aceptar un cambio con este, no. Él quería lo que pedía, y si no, no lo quería. Pero si había algo de lo que disfrutaba era humillando a aquellos aldeanos insignificantes. A cada bocado de felicidad y libertad que les robaba, algo dentro de sí mismo se relamía, y se sentía más fuerte, poderoso y seguro.

"No aceptaré el cerdo, aldeano. Pues sabes bien que no es eso lo que he pedido.... Pero seré bueno contigo, a pesar de que me hayas decepcionado... Aceptaré una cosa en cambio, y no perderás tu vida."

"Así será mi señor, pedidme lo que queráis, lo que sea".

"Zanjaré la deuda si me dais a vuestra hija como esposa".

El aldeano se quedó lívido, como si su espíritu hubiera salido por un momento de su cuerpo, como si la sangre en sus arterias y venas hubiera dejado de fluir.

" .... ¿mi hija?, ¡pero si tan sólo tiene 15 años!"

"¿¡NO ME HAS OÍDO MALDITO ALDEANO!? ¡VUESTRA HIJA, O LA VIDA!"

Y a pesar de que se le partió el corazón cuando lo dijo, el aldeano se vio aprisionado. Y con un hilo de esperanza porque la vida que le deparara a su hija junto al rey no fuera tan mala y otro hilo de voz... dijo:

"... eee-e-está bien mi Rey. Os entregaré a mi hija."

Al día siguiente, al amanecer, un caballero, con una armadura negra como aquel preciso día, apareció en la cabaña de su familia. Su hija, se retorcía tratando de volver a casa, las lágrimas sobre su rostro desgarrado y unos ojos que no los perdonarían nunca miraban a sus padres, llenos de dolor. Y las lágrimas, silenciosas, resbalaron en respuesta sobre sus caras. Ya nada volvería a ser igual.

Continuará...

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